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Vida en tiempos de violencia

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Es frustrante. Mejor no leer las noticas. Veamos una serie de Netflix para distraernos. El mundo se va a quemar, escapemos.

Ha sido un verano violento. Y la normalización de la violencia en el newsfeed cotidiano ahoga. Las alternativas anteriores ofrecen algo de escape, o trivialización.

Vemos el horror de la lógica genocida del terrorismo (a la ISIS o Boko Haram) contra hermanos y amigos en diferentes países y culturas. Y clamamos con el salmista con lágrimas y ansias de justicia, ¡Hasta cuando, oh Señor!

Yazidis en Irak
Cristianos en Siria y Pakistán
Civiles en Francia, España y Londres
Nacionales en Turquía
Universitarios Virginia Tech, Virginia
Niños en Newtown, Conn.
LGBTQ, Orlando.
Niñas en Nigeria.

Discusiones acerca del multiculturalismo y el terrorismo global son importantes hoy día porque están relacionadas al problema de la violencia política. Las soluciones propuestas parecen razonables para diferentes tribus ideológicas: “controlemos a los inmigrantes”; “démosle duro al crimen”; “vamonos a la guerra”; “seamos más patriotas”, “nacionalistas”; “eduquemos a los ignorantes”; “abramos los mercados”; “sí al secularismo progresista”, “si al conservatismo de status quo”. Son algunas alternativas cuasi-mesiánicas ofrecidas para mitigar la violencia y la crisis sociales

¿Y qué de la iglesia? ¿Cuál es su rol?

Aunque la violencia es un hecho histórico constante, continúa siendo insoportable. Esto representa un dilema para iglesia cristiana en la sociedad. ¿Qué opciones tenemos? ¿Patriotismo, nacionalismo, regionalismo, tribalismo, militarismo? ¿Acaso la violencia es un aspecto esencial de la naturaleza humana y nuestra vida política (eg., Žižek o Mouffe)? ¿O la violencia es un aspecto circunstancial y no necesario del ser humano, un juego de poder (eg., Foucault)?

La fe Cristiana propone que las condiciones que facilitan la violencia humana son tanto un aspecto de la naturaleza humana, así como una contingencia a ser superada. El ser humano en su interior y en sus relaciones socio-políticas (praxis) inclina su deseos hacia la búsqueda de poder, dominación, quebranto relacional (véase la acusación profética de Oseas 4,1-3). Esta fractura relacional encuentra su origen en la rebeldía contra Dios y odio al prójimo. Al considerar esta realidad social la teología latinoamericana ha hablado del “pecado social”, “pecado estructural” o “pecado de los tiempos” (Xubiri).

¿Qué prácticas pueden mitigar la violencia y promueven el bien común? Pues consideremos algunas para cultivar en la voz de la iglesia.

1) Necesitamos una voz profética. Dado que los naciones-estados son parte de la realidad de pecado, la iglesia cristiana se debe rehusar a bautizar cualquier poder estatal como vinculado al evangelio. A la vez, la fe cristiana afirma el reinado de Jesús, el Cristo, como la alternativa a una resignación del mundo a su propia esfera, por cuanto el reinado de Dios compete a toda esfera del quehacer humano, y por lo tanto, hay esperanza de transformación. (Hch 17,7).

2) Necesitamos una voz evangélica. La esperanza de liberación que ofrece el evangelio no depende de las acciones de positivas o nefastas de estados, grupos rebeldes o revolucionarios que tienen poder legítimo o ilegítimo para infundir temor. La esperanza depende de la soberanía de Dios demostrada en Jesús que es reconocida por un pueblo que vive practicando su amor por Dios y su amor por el prójimo (Hch 4,32-37). El anuncio cristiano sobre Jesús como Rey de vida es una confrontación directa a los poderes politicos y de violencia global.

3) Necesitamos una voz de comunión. Proclamar del reino de Dios en Cristo es anunciar una liberación de la lógica de la venganza, por la lógica del perdón y reconciliación. La iglesia toma en serio que tiene el ministerio de la reconciliación y se esfuerza por crear un espacio social de relaciones de mutualidad entre mujeres y hombres (2 Corintios 5:11-6:2). El poder politico no es la respuesta a violencia política. La creación de un espacio social alterno de justicia que reconcilia y no solo que castiga, sí lo es.

4) Necesitamos una voz sufriente. La iglesia vive el poder del evangelio, no en la victoria de un reconocimiento social de sus valores, sino sufriendo con los que sufren y las víctimas. Aún cuando la gente puedan ser víctimas de su propia voluntad, allí es donde el evangelio de Jesús se muestra más amplio en misericordia y hermosura para reconstruir y consolar ante el sufrimiento. (1 Cor. 13:3; 1 Pe 1:6).

¿Qué otras prácticas necesita la iglesia para enfrentar la violencia? ¿Qué piensas?