teologia

Inmigrantes: rostro de la historia y la globalización

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“La humanidad es fundamentalmente una historia de migración”. [1]

Estas son palabras de la novelista y ensayista marroquí-estadounidense Laila Lalami.  La migración es un elemento esencial en la vida de los pueblos y una realidad que da forma a la historia humana y redentora. 

Las personas migran por diferentes razones. En ocasiones se les presenta la opción de mudarse; otras veces se ven obligados a hacerlo.  Por ejemplo, en 1972 el gobernante militar de Uganda, Idi Amin, ordenó la expulsión de la minoría asiática, dándoles noventa días para abandonar el país. Con la migración voluntaria, las personas tienen razones para  abandonar un lugar (factores de empuje) o razones para sentirse atraídas  por un lugar (factores de atracción). La humanidad se ha estado moviendo en respuesta a estos factores de empuje y atracción durante milenios. Incluso desde los siglos VIII a VI AC, los pueblos  proto-celtas de Hallstatt se extendieron por lo que hoy conocemos como el oeste de Austria para encontrar nuevas oportunidades de riqueza, a medida que las prósperas rutas comerciales se desplazaban a otros lugares.

La Organización Internacional para las Migraciones  (OIM) define un migrante como “un término general, no definido por el derecho internacional, que refleja el entendimiento común de una persona que se aleja de su lugar de residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera internacional, temporal o permanente, y por una variedad de razones”.

Si bien esta es una definición útil, las realidades históricas de la migración deberían desafiar la concepción clásica de las fronteras geográficas. Más allá de las fronteras geopolíticas existen otros tipos de fronteras: ideológicas, culturales, políticas, étnicas, espirituales, económicas y más. Por lo tanto, nuestro criterio principal para identificar al migrante que cruza una frontera no puede reducirse a aquellos que simplemente carecen de residencia o documentación legal en un país soberano y territorialmente delimitado. Más bien, necesitamos ver que la migración, en muchas formas, siempre ha sido una realidad humana.

La fluidez de las fronteras

El concepto de fronteras es un hecho sociopolítico perpetuo con una terrible historia de abuso y sufrimiento diseñada para proteger el bienestar de los estados-nación definidos geográfica, racial o étnicamente.  Con  la Ley de Exclusión China de 1882  fue la primera vez que en los Estados Unidos una “ley federal proscribía la entrada de un grupo de trabajo étnico bajo la premisa de que pusiera en peligro el buen orden de ciertas localidades”. Esta ley no solo impuso requisitos a los chinos que intentaban inmigrar a los Estados Unidos, sino que también impuso nuevos requisitos a los que ya habían llegado. Antes de esto, los chinos eran recibidos como obreros e incluso como vecinos, siendo esto un “toque de color que se le daba a la vida del país”. Sin embargo, a medida que la lucha y competencia económica aumentaron, la animosidad anti-china se convirtió en el chivo expiatorio para hacer dinero y obtener ganancias políticas.

Las fronteras geopolíticas también cambian con el tiempo. La frontera entre Estados Unidos y México no siempre estuvo donde la conocemos hoy. En 1821, el año en que México declaró su independencia de España, su extensión territorial incluía California, Texas y la tierra intermedia. Sin embargo, después de la Guerra México-Estadounidense en 1848, el 55 por ciento del territorio de México fue cedido a los Estados Unidos. México había puesto fin a la esclavitud en 1830; sin embargo, cuando los estadounidenses blancos formaron la República independiente de Texas, restablecieron la esclavitud. “En el momento en el que  Estados Unidos anexó el territorio”, explica la periodista Becky Little, “su población esclavizada había crecido de 5.000 a 30.000”. Dada la proximidad geográfica con México,  muchas personas esclavizadas habían escapado al sur en lugar de a los estados libres en el norte. Sin embargo, la transferencia de tierras en 1848 y la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850  se convirtieron en otra “herida abierta”, como diría la erudita mexicoamericana Gloria Anzaldúa,  para las personas esclavizadas africanas y las comunidades de la diáspora africana de hoy. Por lo tanto, ser inmigrante no es un estatus objetivo; es una designación fluida que cambia cuando los territorios se transforman.

Un llamado que antecede a los estados

La preocupación por la recepción de los migrantes, especialmente los más vulnerables, antecede a la constitución política de las naciones. En el antiguo Israel, las personas rescatadas de Egipto por Dios estaban llamadas a vivir con generosa hospitalidad hacia el migrante y el extranjero, emulando así cómo Dios, el Libertador, los había acogido con compasión. Esta compasiva hospitalidad se convirtió en un imperativo que va más allá de estas tribales lealtades políticas. [2] Era un problema de dignidad humana para aquellos que estaban hechos a Su Imagen y Semejanza. También encontramos que esta ética teológica y social se extiende a través de las preocupaciones sociales de Jesús y la comunidad mesiánica, la iglesia. El llamado cristiano es un llamado  humano a  proteger y acoger a los más vulnerables: migrantes, huérfanos y viudas.

El biblista Joshua Jipp, en su importante obra Saved by Faith and Hospitality (Salvados por la fe y la hospitalidad) rastrea la difícil situación de los inmigrantes desde las legislaciones en la Torá a través de Jesús y los Evangelios. Como afirma Jipp: “El mandamiento de mostrar justicia y hospitalidad al inmigrante es notorio en las siguientes exhortaciones, pero también debemos prestar atención a las sanciones que proporcionan motivación”.[3] Los textos en cuestión son:

Éxodo 23:9 9 »No oprimirás al extranjero, porque ustedes conocen los sentimientos del extranjero, ya que ustedes también fueron extranjeros en la tierra de Egipto.

Levítico 19:33-34 33 ”Cuando un extranjero resida con ustedes en su tierra, no lo maltratarán. 34 El extranjero que resida con ustedes les será como uno nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto. Yo soy el Señor su Dios.

Deuteronomio 10:17-21 17 Porque el Señor su Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible que no hace acepción de personas ni acepta soborno. 18 Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra Su amor al extranjero dándole pan y vestido. 19 Muestren, pues, amor al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.
20 »Temerás al Señor tu Dios; le servirás, te allegarás a Él y solo en Su nombre jurarás. 21 Él es el objeto de tu alabanza y Él es tu Dios, que ha hecho por ti estas cosas grandes y portentosas que tus ojos han visto.

Deuteronomio 27:19 19 “Maldito el que pervierta el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda”. Y todo el pueblo dirá: “Amén”. (NBLA)

También podemos estar de acuerdo con Jipp en que, en el Nuevo Testamento, especialmente en Lucas y Hechos, “esta hospitalidad divina viene a nosotros en la persona de Jesús, la hostia divina que extiende la hospitalidad de Dios a los pecadores, marginados, extraños y, por lo tanto, los atrae a ellos, y a nosotros, a la amistad con Dios”. La práctica de la hospitalidad dentro de la historia bíblica culmina con un Dios misericordioso que se abre a Sí mismo en Cristo y a una humanidad en angustia existencial.

Además, la hospitalidad bíblica es un testimonio de una fe de pacto. Recibir a cada persona en el nombre de Cristo es creer que damos la bienvenida a Cristo mismo en medio de nosotros (Juan 13:20). En medio de la hospitalidad podemos decir que mostramos el amor que Dios tiene por todos sus hijos.

La migración requiere un cambio, para todos nosotros

Actualmente, hay más de 272 millones de migrantes internacionales en todo el mundo. Los patrones de migración contemporáneos han sido llamados “el rostro humano de la globalización”. [3] La migración juega un papel importante en la economía, la política y la estructura social de la mayoría de los países del mundo. Esto también implica la convergencia de culturas, tradiciones, estética, arte, música, valores, comida y necesidades humanas. El aumento de la interconectividad causado por la migración hacia y desde tierras geográficas y digitales facilita la necesidad y cataliza la innovación de ideas, cultura y tecnología.

En los últimos tiempos, la dramática realidad de la difícil situación de los refugiados ha pasado a primer plano en los debates internacionales sobre los derechos humanos. Nuestro mundo tiene hoy más de 82 millones de personas desplazadas  que se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a conflictos armados, violencia generalizada o desastres naturales. Estas discusiones han provocado que empresas hayan puesto en marcha la creación de productos y servicios que brindan a los refugiados acceso a derechos, información, salud, educación, empleo e inclusión social.

La política de inmigración de Estados Unidos, que no se ha actualizado significativamente en treinta y cinco años, es una que necesita innovación. Más de 10 millones de inmigrantes indocumentados residen  en este momento en los Estados Unidos. La inmigración permitida en los Estados Unidos se limita, generalmente, a tres rutas diferentes: empleo (donde, en la mayoría de los casos, un patrono solicita un empleado); reunificación familiar; o protección humanitaria. Desafortunadamente, muchos aspirantes a ser residentes no son elegibles para ninguna de estas opciones, a pesar de que la mayoría de los inmigrantes de los Estados Unidos han abandonado su tierra natal, familia y amigos debido a graves dificultades económicas, violencia e inestabilidad política peligrosa. En el pasado, la migración era un respiro natural para tales condiciones.

Lo que la migración significa para los cristianos

Ante esta realidad, ¿cuál es el significado del inmigrante para el pensamiento cristiano? Como propone el teólogo vietnamita Peter C. Phan, la existencia misma del inmigrante implica “una forma particular de percibir e interpretar la realidad; es decir, uno mismo, los demás (en particular, los que dominan y los grupos de inmigrantes), el cosmos y, en última instancia, Dios”. [4] Los migrantes no solo influyen en las preguntas que hacemos, sino que también determinan la forma en que percibimos el significado, la verdad y la realidad.

Como cristianos, no podemos reducir a los inmigrantes a concepciones geopolíticas. Cuando vemos a los extranjeros migrantes como una amenaza, un riesgo o un desconocido para nuestras realidades y tradiciones políticas, económicas, geográficas y culturales “sagradas”, cometemos atrocidades y deshumanizamos a quienes son nuestros vecinos.

Un enfoque más humano y teológico centra la difícil situación de aquellos que sufren una desconexión forzada de su familia, los desfavorecidos que transitan a otra tierra y aquellos que llegan buscando relaciones que mejoren su capacidad de florecer. Los cristianos necesitamos una práctica dirigida a emular la misión como pueblo de Dios informados por el testimonio en las Sagradas Escrituras.

La iglesia universal de hoy debe continuar pensando crítica y misionalmente sobre políticas de inmigración razonables y necesarias para las sociedades democráticas en el Occidente industrializado. Además, debería hacer lo mismo con los migrantes que se desplazan a través de diferentes corredores migratorios: de los países en desarrollo a los países de alto ingreso y viceversa; del Sur Global al Sur; y del Norte Global al Norte. Aún así, los imperativos éticos en la Biblia deben ser el marco principal para informar nuestras nociones de compasión, servicio y hospitalidad. Dios ama y recompensa a los hospitalarios porque reflejan la compasión y la justicia divinas, pero juzga a aquellos que abusan y rechazan a los vulnerables, porque niegan la compasión divina, que es lo que nos hace verdaderamente humanos.

A través de la migración, nuestros valores, iglesias y fe se renuevan. La realidad de la experiencia del migrante nos desafía como cristianos a ser más justos y caritativos. Nos damos cuenta de que “en el principio era misericordia”, como dice bellamente el Jon Sobrino. Esta muestra de misericordia para el extranjero nos obliga a encarnar a Jesús, anunciar el reino de Dios y denunciar todo lo que daña a los vulnerables como anti-reino. Esto se logra sólo cuando el sufrimiento de los demás se internaliza y se convierte en un  ortho-pathos alegre, una identificación apasionada con el otro por quien el amor de Dios se extiende a través de nosotros. A través de la migración, Dios cambia nuestros corazones.

Durante este tiempo de aceleración de la migración global, los cristianos estamos llamados a amar sacrificialmente a nuestro prójimo, a extender la compasión y la hospitalidad a los vulnerables. Estamos llamados a luchar contra la xenofobia en el nombre de Cristo, a escuchar diligentemente su palabra: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mateo 25:35-36, NVI). Esta palabra sagrada ha movido a innumerables cristianos a través de los siglos, no solo a extender el amor a otros, sino a entrar en el tipo de praxis y compasión que nos hace humanos.

Este es nuestro llamado pre-político, que precede a los estados-nación y las realidades geopolíticas; nuestro llamado al amor desde la antigüedad hasta hoy.

*Publicado original: Immigrants as the Face of History and Globalization para Made For Pax Story Arc. Ilustración por Jee Wook Lee.

Resumen

  • La migración, en muchas formas, siempre ha sido una realidad humana. 
  • La preocupación por la recepción de los migrantes, especialmente los más vulnerables, precede a la constitución política de las naciones. 
  • Los migrantes no solo influyen en las preguntas que hacemos, sino que también determinan la forma en que percibimos el significado, la verdad y la realidad. 
  • Esta misericordia para el extranjero nos obliga a encarnar a Jesús, anunciar el reino de Dios y denunciar todo lo que daña a los vulnerables como anti-reino. 

Obras Citas:

1 Laila Lalami, Conditional Citizens: On Belonging in America, 1st ed. (New York: Pantheon Books, 2020), 70.
2 See chapter two in Daniel Carrol’s The Bible and Borders: Hearing God’s Word on Immigration (Grand Rapids, MI: Brazos Press, 2020). 3 Jipp, Joshua, Saved by Faith and Hospitality. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2017), 138.
4 Julio L. Martínez, Citizenship, Migrations and Religion: An Ethical Dialogue Based on the Christian Faith (Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 2007), 51.
5 Peter Phan, “The Experience of Migration in the United States as a Source of Intercultural Theology,” in E. Padilla E. and P.C. Phan (eds.) Contemporary Issues of Migration and Theology (New York: Palgrave Macmillan, 2013), 148.