Reflexiones,  Semana Santa

Curados (Isaias 53: 4-5)

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Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! 5 Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados.  (Isaías 53:4-5)

       
       
 Isaías anticipaba con fuerzas la venida de uno que llevaría en si mismo la carga de Israel, el abandono y el sufrimiento de la comunidad de Dios. Sus palabras brotan en poesía como expresión límite de la condición humana ante la patente oscuridad que nos inclina hacia la violencia, desesperanza y el pecado. El Mesías tendría que ser suministrado por Dios mismo. Dios Hijo, Jesucristo, se revela como el enviado para la restauración más potente en la historia: la vida humana. Dios mismo cargaría nuestras rebeliones. Dios mismo absorbería nuestra desesperanza. 
        Hoy, domingo de pasión, tomamos a pecho la caminata hacia la cruz. Hoy el Maestro y Siervo se vio como el esclavo de todos. Hoy él entro como un rey entra a la ciudad, pero como otro tipo de Rey. En realidad, este domingo los pies del Autor de la Vida se lanzaron pesadamente hacia la feroz indolencia de la desolación. Pero su amor… Su amor vence con la imparable potencia de su gracia.
        ¿No es acaso este nuestro camino? ¿No son los pasos del Salvador y luz-del-mundo nuestros pasos? ¿Acaso no somos impelidos a tomar nuestra cruz para seguirle, enfrentando nuestra violencia con la supremacia de su amor? Le seguimos porque el trazó el camino. Le seguimos porque abrió nuestra alma a la esperanza. Le seguimos como el viviente que da vida. Le sigo con asombro y compungimiento. Mi Pastor camina delante de mí y le sigo. Le sigo hasta la noche previa a la fractura. Me siento junto a él y le traiciono. Lo entrego y lo abandono. Esa noche sus palabras abrirían surcos en el desierto de la historia. El cuerpo es el pan. Su sangre es el vino. Ambos tirados y derramados por mí. Oh, pero en sus palabras se une todo: el drama de su cena declara lo sucedido; anticipa lo que vendrá. El desierto humano inunda de esperanza. El sufrimiento humano ha saboreado el final de la lucha. Hay respiro. El carga nuestra carga.
        El viernes hay espanto ante cada latigazo. El rojizo sudor  en su cien. Las grietas en su espalda. El temblor en sus piernas. El monstruo lo quiso devorar. Y me uní con otros a gritar, ¡crucifíquenle! ¿El final?
        No. ¡Asombro! Su muerte anulo la muerte. En su clamor entrecortado afirmó su misión. La muerte ya no reina. El agarro la muerte y la deshizo. Al tercer día la tierra y el vacío no pudieron contenerlo. El Autor de la Vida retoma y grita que la vida misma es suya. Me da su vida. Me da su agua. Me da su libertad. Su Padre lo levanto con fuerza imparable. “Dónde esta muerte tu aguijón, dónde oh sepulcro tu victoria?”
        ¡Mi Dios y mi Señor! Fui enterrado contigo y por eso fui resucitado con contigo. Esta semana me siento con el profeta a contemplar la pasión del drama de mi redención. La rutina no me detendrá. La tentación no me vencerá. La indiferencia no me alcanzara. El mundo, la desesperanza y los chacales no me robaran. El profeta lo vio. Por ti somos curados!