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Linchamientos: la justicia racial como imperativo cristiano

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Malcolm Foley es candidato a Ph.D. en Religión en Baylor Universty y es especialista en historia del cristianismo. Su disertación investiga las respuestas cristianas afroamericanas a los linchamientos desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX. Actualmente es el Director de Discipulado en la iglesia Mosaic Waco en Waco, TX.


Los Estados Unidos tiene una larga historia de linchamientos raciales de terror. Particularmente desde la Guerra Civil hasta el día de hoy, miles de hombres, mujeres y niños negros han sido asesinados indiscriminadamente por un sinfín de razones. Cuando ese asesinato sucedía a manos de 3 o más personas, se llamó linchamiento. En los intentos de abordar el fenómeno legalmente, la definición del término ha sido restringida, particularmente por la NAACP, para ser un asesinato en el que los asesinos actuaron con el pretexto de justicia, su raza o tradición.

Si esta es, de hecho, la definición de linchamiento, Ahmaud Arbery fue innegablemente linchado.

Pero las comunidades Negras (y cualquiera que esté familiarizado con esta historia) no necesitan esa definición para ver la resonancia y sentir el terror que viene con la lectura de tal historia.

El mismo sentimiento atormentó a las comunidades en Montgomery, Alabama el 25 de julio de 1917, cuando Will y Jesse Powell fueron linchados a un árbol por rozarse contra el caballo de un granjero.

Ese mismo sentimiento atormentó comunidades en Misuri y Arkansas en junio de 1926, cuando Albert Blades, de 22 años, fue ahorcado y quemado por atacar a una pequeña niña blanca. La evidencia en realidad sugiere, sin embargo, que él estaba simplemente presente en un campo de picnic donde esta chica estaba jugando con su amiga y ella se sorprendió por su presencia.

Ese mismo sentimiento atormentó comunidades en Texas y en todo el país cuando Botham Jean fue asesinado en su propio apartamento.

El mensaje era el mismo entonces como lo es ahora: si “encajas en la descripción”, no estás seguro caminando. No estas seguro sentándote en tu propio apartamento. No estás seguro saliendo a correr afuera. Tal es el propósito de los linchamientos de terror racial, tanto ahora como históricamente.

¿Qué debemos hacer?

Entonces la pregunta sigue siendo: ¿Qué debemos hacer al respecto? Para responder a esa pregunta, como historiador y alguien que está fundamentalmente dedicado al cuerpo de Cristo en tal obra, debo responder a esa pregunta respondiendo a estas preguntas: ¿Cómo ha fracasado el cuerpo de Cristo en hacer esa obra y cómo podemos hacerlo mejor?

Lo primero, lo más importante y lo más esperanzador de saber es que el cuerpo de Cristo no ha estado en silencio. Pero es igualmente importante saber que las voces han sido las de los cristianos negros, a menudo manifestándose como clamores de Isaías y Juaninos en el desierto contra la supremacía blanca, definida en esta pieza como los pensamientos, palabras, actos y sistemas que sugieren y imponen la superioridad blanca. Henry McNeal Turner, Ida B. Wells y Francis Grimke son sólo algunos de los nombres de esas voces proféticas y volveremos a ellos al final de esta pieza. Pero cuando uno mira a las bocas de los cristianos blancos en la historia del linchamiento, sin embargo, uno debe prepararse para una profunda decepción.

En respuesta a uno de los linchamientos más brutales en la historia de Estados Unidos, el linchamiento de Henry Smith en 1893 en París, Texas, el obispo Atticus Haygood de la Iglesia Episcopal Metodista del Sur escribió un editorial titulado ” La Sombra Negra en el Sur”, para explicar por qué Smith había sido quemado  vivo. En ese editorial, alcanzó muchos de los puntos que reconocemos hoy en la cobertura de los tiroteos policiales contra hombres y mujeres negros desarmados. Enmarcó la ardiente vida de Henry Smith como un acto comunal de autodefensa tezado con momentos de locura colectiva y temporal para justificar la brutalidad. Smith había sido acusado de violación y asesinato, pero cientos de otros fueron acusados de delitos mucho menores que van desde golpear el hombro de una persona blanca a “ser descarado”,  hasta nada en absoluto. Si quieres leer esas historias, lee A  Red Record  and Southern Horrors de Ida B. Wells..

Pero en las historias de Trayvon Martin, Tamir Rice, Sandra Bland, Atatiana Jefferson y otros, constantemente escuchamos esta justificación: que de alguna manera el asesinato es la respuesta proporcionada a sentirse incomodido. La racionalización post-hoc también se pone en marcha. Para los defensores del linchamiento a finales del siglo XIX y principios del XX, era la afirmación de que incluso si el hombre o la mujer ejecutados no eran culpables del crimen del que fueron acusados, eran culpables de algo. Hoy, es la cláusula al final de cada noticia que describe los antecedentes penales de los asesinados.

Pero era el caso y es el caso ahora que en el momento de tales asesinatos, no se sabían tales detalles sobre las víctimas. Todo lo que se sabía era su color. Y a lo largo de la historia de Estados Unidos, eso ha sido suficiente para una sentencia de muerte.

Los pulpitos blancos

La voz continua que emitía desde púlpitos blancos, en la medida en que abordaban si acaso  los linchamientos, era una voz de justificación, a menudo tejida con teología explícita. En 1903, Robert Elwood, pastor de la iglesia presbiteriana Olivet, predicó 1 Corintios 5:13: “Dios juzgará a los que están fuera. Expulsa a la persona malvada de entre vosotros”, como una orden explícita para linchar rápidamente a George White. Haygood hizo el camino para tratar de encontrar alguna manera de explicar por qué una multitud de miles torturaría a Henry Smith durante una hora con marcas de hierro caliente rojo, quemándole los ojos, metiéndole hierros por la garganta y lo quemarlo. En lugar de nombrar, odiar y resistir el mal, el primer impulso fue de alguna manera explicarlo. Algunos de nosotros compartimos ese impulso y, a menudo, ese es precisamente el espacio de indecisión e inacción en el que se mueven nuestros verdaderos enemigos según el Apóstol, las potestades, las autoridades y los poderes cósmicos.

Un faro de esperanza

Entonces, ¿qué podemos hacer para avanzar? ¿Todavía hay un camino para que la iglesia de Cristo sea un faro de esperanza en medio de la oscuridad invasora y opresiva de la supremacía blanca? Hay dos: debemos leer nuestras Biblias de manera diferente y debemos actuar en nuestro mundo de manera diferente.

Siendo un presbiteriano confesional, he encontrado mucha esperanza y belleza en los Estándares de Westminster. Cuando me preguntan por qué yo, como hombre negro, intento permanecer en una comunión que históricamente fue un arquitecto de la esclavitud de mis antepasados, respondo que lo soy por su doctrina y gobierno y en la resistencia directa a su historia. Cuando leo la pregunta #135 del Catecismo Mayor de Westminster y considero lo que significa “resistir todos los pensamientos y propósitos, someter todas las pasiones y evitar todas las ocasiones y tentaciones y prácticas que tienden a quitar injustamente la vida de alguno“, mi mente se mueve inmediatamente hacia la resistencia antirracista. El sexto mandamiento nos llama a mucho más que eso, pero no nos llama a menos. No basta con que no nos matemos unos a otros. Debemos apoyarnos activamente en la vida unos a otros.

Esto significa que nuestra interacción con las Escrituras debe ser fundamentalmente moldeada por los mandamientos que Cristo nos ha dado: amar al Señor nuestro Dios con todos nuestros corazones, almas y mentes, y amar a nuestros vecinos como a nosotros mismos. Esto significa que cuando consideramos el Evangelio, debemos recordar que la buena noticia de la encarnación, vida, muerte, resurrección, ascensión y el regreso de Cristo es una buena noticia personal, comunitaria y cósmica. Significa que nuestras acciones y prioridades deben ser moldeadas y dictadas por los profetas, Cristo y los apóstoles, que unánimemente vieron las dos grandes abrogaciones de esos dos mandamientos como idolatría y la opresión de los pobres.

Esto significa que cuando confesamos nuestros pecados el uno al otro, esas deben ser nuestras categorías. Esto significa que cuando miramos a nuestros teólogos, predicadores y exégetas, debemos esperar llegar a una comprensión más profunda de cómo somos idolatras y cómo nuestros pensamientos, palabras y acciones tienden a la opresión de nuestro projimo. Debemos llorar y arrepentirnos. Entonces debemos considerar cómo agitar unos a otros al amor y a las buenas obras.

Esto significa que cuando consideramos a los pobres, sin embargo, debemos considerar no sólo a los que son materialmente pobres, sino a aquellos a quienes la sociedad ha tratado como inferiores. En el contexto estadounidense, la raza ha sido el arma más utilizada de la guerra opresiva; por lo tanto, la iglesia de Cristo tiene una responsabilidad particular de golpear esa espada en un arado compartido y tratar de sanar las heridas que la racialización armada ha causado. Luchar contra un enemigo como la racialización armada requiere que usemos todos los recursos que tenemos a mano, ya sean razonamientos morales, historia, sociología, interpretación bíblica, teología o activismo, para verlo debilitado y derrotado.

Contra el pecado de la supremacía blanca

La supremacía blanca, en un movimiento típico del pecado, ha erigido paredes de protección alrededor de sí misma, hasta el punto de que algunos piensan que es razonable que dos hombres blancos armados exijan que un hombre negro corriendo se detenga por ellos y luego que le disparen, como lo hicieron con Ahmaud Arbery. Tales muros malignos de protección entonces producen y refuerzan una sociedad en la que esos hombres no sólo están acostumbrados a salirse con la suya, sino que también están asegurados por sus comunidades de que no habrá consecuencias porque la vida negra se reduce continuamente. Debe ser una prioridad del cristiano, entonces, ver el desmantelamiento de tales muros de protección.

Esto significa que, sí, vas a tener que ponerte político. Ya he dicho todo lo que tengo que decir sobre “justicia social” en otro lugar. Tú y yo vamos a tener que movilizar al capital político que tenemos para ser obedientes al mandato de Cristo. Si es cierto que debemos ponernos cuidadosamente y constantemente en contra de lo que mata a nuestro projimo, tú y yo debemos resistir vocalmente los pensamientos, las palabras, las acciones y los sistemas que apuntalan la superioridad blanca y denigran a la humanidad negra.

Debemos interrogar y desmantelar las narrativas de la criminalidad negra que dan a la gente la confianza excesiva para salir y asesinar a un hombre porque creen que encaja con una descripción. Debemos asegurar a los hermanos y hermanas en peligro en medio de nosotros que somos miembros unos de otros. Si realmente nos hemos unido a Cristo por el Espíritu Santo, entonces cuando uno de nosotros sufre, todo el Cuerpo sufre.

Los linchamientos eran común a finales del siglo XIX y principios del XX y todavía suceden. No hay fin reconfortante ni redentor de esta historia. La violencia supremacista blanca sólo puede ser descrita como demoníaca: porque su resiliencia es sobrenatural. Mientras que los hombres y las mujeres ya no están siendo quemados vivos frente a multitudes de miles de personas, el miedo a la muerte injusta sigue siendo para cada familia negra en este país y parece que no hay lugar de refugio. Pero es sólo así porque la gente lo ha hecho así.

Por lo tanto, si el cristiano estadounidense desea vivir el evangelio que dicen creer, debe buscar justicia racial en sus relaciones personales y en el mundo que los rodea. Cualquier cosa menos crucifica al Salvador de nuevo y lo pone a la verguenza abierta. Hemos probado la gracia y la misericordia indiscriminadas de Dios. Justificar la muerte con sutiles manifestaciones de parcialidad, codicia y orgullo es, por nuestras acciones, negar a la persona y a la obra de Cristo. Es un lenguaje ciertamente fuerte, pero no sin precedentes, mientras sigo en la línea del pensamiento y el trabajo contra el linchamiento de los cristianos negros. Como dijo Francis Grimke tan acertadamente, “el prejuicio racial no se puede derrotar hablando; hay que vivirlo tumbándolo”, y los negros han estado tratando de vivirlo desde que nació su cabeza infernal. Ya era hora de que la Iglesia universal se uniera a nosotros en ese esfuerzo. Las vidas han estado, están y estarán en juego.


Originalmene publicado en inglés como Lynching Then and Lynching Now: Racial Justice as Christian Imperative en Mere Orthodoxy